Autora: Tatiana Bonilla. Bogotá, Colombia
En el silencio de una habitación solitaria, mi tío Tiberio fue encontrado por la muerte en una fría mañana de enero, envuelto no en el abrazo de seres queridos, sino en el implacable abrazo del aguardiente. Esta escena, aunque predecible, no deja de evocar el peso de una lucha no librada en mi familia paterna, que aceptó prematuramente la inevitable victoria del licor, tejiendo así un legado amargo que persistió a lo largo de varias generaciones.
Estos apuntes surgen de reflexiones compartidas con aquellxs que escucharon el primer episodio del podcast Dra. SacaTusa y la posterior conversación en YouTube sobre el mismo tema. Inicialmente, mi intención era presentar datos para abordar de manera «objetiva» este fenómeno, pero el tema tiene para mí un significado personal y no logré evitar este enfoque íntimo. Por lo tanto, me permito expresar esta experiencia desnudando un poco mi propia humanidad.
Recuerdo claramente el día en que mi padre, afectado por años de consumo de alcohol, colapsó ante mis ojos. «Yo no me muero ni porque Dios quiera», repetía, desafiando a Dios, al parecer, quien lo retó con un infarto repentino. Su partida fue abrupta y a pesar de mi buena memoria, me cuesta recordar detalles importantes, como el tono de su voz. Las cosas más simples adquieren un valor incalculable en el recuerdo.
La mayoría de los hombres de esa generación en mi familia paterna quedaron atrapados en la bebida. Sin embargo, me rehúso a recordarlos únicamente por su consumo. Sé que de alguna manera estaban luchando contra fuerzas invisibles en sociedades marcadas por el racismo estructural. ¿Qué otra salida tuvieron, además de la bebida, para afrontar las dificultades de la vida? ¿Qué fuerzas han condenado a los hombres negros a estas circunstancias y, a través de ellos, a familias enteras?
Rechazo ese legado, pero si tuviera la oportunidad, les preguntaría: ¿Beberían menos si pudieran admitir y nombrar lo que les duele y pesa?…
